Carpintería teatral efectiva al servicio de una farsa de amores cortesanos. Fechada por Hartzenbuch alrededor de 1640, en su edición para la B.A.E., esta comedia de capa y espada, escrita para palacio, debió de ser muy conocida, no solo por el número de representaciones de las que tenemos noticia, sino también por la cantidad de ediciones "sueltas" que se realizaron durante los siglos XVII y XVIII. Valbuena, que la llamó "La comedia de los disfrazados", afirmó que giraba en torno al mito de la princesa cortejada.
Y lo que nos encontramos es Calderón en estado puro, con su instinto dramático más que desarrollado y su oficio en plenas facultades, autor de una comedia elegante y descocada, efectiva y arriesgada. El dramaturgo utiliza -amplificados- algunos de sus trucos dramáticos más efectivos: el accidente en el río (en este caso doble), el travestismo (doble también), el pretendiente sin recursos que confunde amor con interés, la dama abandonada que persigue al amante ingrato, la pretendida por todos que no se decide, los paralelismos de todo tipo -situaciones, diálogos- la música, imprescindible, dentro de la escena, etc. Las manos blancas no ofenden, título que parte, como otras muchas comedias de don Pedro, de un conocido refrán, ofrece al espectador un enredo festivo y delicioso que no se ha podido ver sobre los escenarios del país desde hace más de un siglo.