Madrid, 1635. Lope de Vega se despierta muerto, en la capilla de San Sebastián, donde la multitud lo ha depositado. ¿Cómo pudo, de algún modo, revivir? Y antes que eso, ¿cómo pudo morir? El Fénix de los Ingenios, y de los Amores, quien siempre podía sorprender con un verso más, con una comedia más, con otra innovación... Quien pasados y cumplidos sus setenta años aún podía enamorarse y amar a cierta joven como pudo a los veinte... Quien pudiera siempre recorrer el camino desde la sensualidad hasta la castidad extrema, y renacer en éxtasis religioso, camino que nadie conociera como él, tanto de ida como de vuelta...
Lope revive y no sabe qué se espera de su pobre persona. ¿Será juzgado? ¿Será aplaudido? ¿Será ignorado? Si nos cuenta su vida, tendrá que revivirla. Y su vida es pasión de mundo, y su vida es pasión de literatura. El gran Imperio Español empieza a decaer, pero él no piensa reconocerlo, mucho menos aceptarlo. ¿Por qué había entonces de aceptar su propia muerte? Las palabras son el antídoto, y nadie sabe usarlas como él. Le va el cuerpo en cada una de ellas, y ese cuerpo sigue vibrando. Consustanciados en esa vibración, actor y público viajarán al Siglo de Oro. A vivirlo