Presentamos un texto que recoge identidades modernas y clásicas: sobre El canto de la rana, de José Sanchis Sinisterra, se ha hecho una dramaturgia con inclusión de textos de El canto del cisne, de Chejov, los entremeses completos El rufián cobarde, de Lope de Rueda y El tahúr celoso, de Francisco Navarrete, y una escena de La adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera, de Antonio Mira de Amescua.
El actor barroco Cosme Pérez, viejo y completamente borracho, se pasea solo por el escenario tras una reciente representación. Allí, sueña, hace una revisión de su vida de actor, medita sobre lo que agradece y reprocha a su inolvidable personaje "Juan Rana", sobre las satisfacciones tenidas ante papeles concretos y el deseo de haber encarnado otros que jamás representó. El actor cómico que siempre ha sido deja entrever su decepción por no haber representado algún papel trágico.
En el fondo, la obra es una incursión en la eterna insatisfacción del actor, y quién sabe si en la eterna insatisfacción del hombre. El humor, la ternura, la sensación de fracaso, la humildad y la arrogancia del cómico se pasean por el escenario de la mano de Cosme Pérez y bajan hasta el patio de butacas para hacer sonreír al espectador, pero también para hacerle meditar profundamente.
La función tiene solo dos actores, pero cuando se representan escenas que requieren más personajes, se recurre a la grabación cinematográfica de los personajes femeninos con los que dialogan en directo los actores presentes en el escenario. La mezcla, así, de cine y teatro constituye otro de los atractivos de este espectáculo.