Fue Ivan Turgueniev quien dijo que Segismundo es "el Hamlet español", con toda la diferencia que hay entre el sur y el norte. Aquel se inhibe a fuerza de irresolución, éste actúa, su sangre meridional le empuja a la acción. La vida es sueñoes, sin duda, uno de los experimentos dramáticos más portentosos del teatro universal y una joya del Barroco español. Para entender nuestro tiempo, marcado por la confusión, nos adentramos en la peripecia humana de Segismundo, príncipe deportado a las entrañas de la tierra, donde nace la noche. Desnudo y encadenado, brama en el laberinto. Hidrópico personaje creado por Calderón; pórtico del nuevo mundo que hemos determinado en llamar moderno.
Pero a Segismundo le pedimos más, mucho más. Le exigimos que nos entregue su cetro para subirnos tú y yo al escenario de la historia. Segismundo ya no es Segismundo, es el hombre, el común hombre. Y la mujer. Faltaría más.
En esta cita apocalíptica, no podemos olvidar la poesía. Más de tres mil versos conforman la arquitectura verbal de esta pieza estrenada en Madrid en torno a 1630, cuando Calderón era un joven rebelde, inconformista y atormentado. Y dudaba, casi como nosotros, entre el sueño y la realidad. Entre el teatro y la vida. ¿O no?
