Año de 1946. A cualquier pueblo de España llegan, repletos de bultos, sucios, hambrientos y cansados de haber hecho parte del camino a pie, los cómicos de una pequeña compañía. Con sus grandezas y con sus miserias, sus pequeñas rencillas, sus malas y buenas pulgas, sus amores y sus odios. Llegan con los baúles llenos de personajes, de hambre, cargados de ilusión, de polvo y de hambre, de mucha hambre, el hambre que arrastran los cómicos por los caminos de España desde tiempos inmemoriales. Cómicos de la legua, el viaje entretenido, el viaje a ninguna parte. Otra vez Solano y Ríos, y Carmela y Paulino, y... tantos y tan insignes cómicos que han llenado nuestros caminos de talento y buen teatro. Bueno, y también de malo, malísimo, no nos pongamos estupendos. Nuestros ilustres antepasados... Lope de Vega, el verso, ¡qué gran responsabilidad para tan pobres medios! Los cómicos van a representar una de las más geniales comedias de todos los tiempos: La dama boba. Pero son pocos y el reparto extenso, así que el actor característico (del que sabemos que le gusta empinar el codo más de lo conveniente) no tendrá más remedio que alternar la barba del viejo grave con la peluca rizada de la criada tonta; el traspunte tendrá que compaginar su función con la de sustituir al segundo galán (que se fugó en un expreso con la dependienta de la mercería de la última plaza que visitaron) aunque Dios no le haya llamado por el camino de la interpretación, y la actricita joven, que recogieron hace dos meses en un pueblo de Badajoz, tendrá que representar lo que le echen. El vestuario tampoco da para muchos lujos, pero ¡qué más da!, si el público no entiende de modas; así que, con un par de pespuntes, las enaguas de la Raimunda de La Malquerida pueden servir para sacar de un apuro; o dándoles la vuelta y con un par de arreglitos, los trajes que se usan para La vida es sueño visten a todos los personajes secundarios. Y es que no hay nada como tener un buen baúl.
Queremos homenajear al cómico y queremos homenajear a Lope. Nos gusta la idea de que el espectador comprenda lo que supone una representación, lo que significa ser actor, cómico, teatrero, sin desaprovechar el alud de situaciones divertidas que un "bolo" puede provocar para alguien ajeno. En definitiva, otra vez a vueltas con el veneno del teatro. Porque de eso se trata, de envenenar al público, de obligarle a que vuelva a base de emocionarle, conmoverle, divertirle, entretenerle. Demostrar que el teatro está vivo y es irrepetible, un momento mágico donde el tiempo se detiene; algo fascinante donde las luces se apagan, el telón se levanta y todo puede suceder. Decididamente, no tenemos vocación minoritaria. Y es que nos gusta, nos apasiona Lope; como nos gusta, nos apasiona el teatro. Por eso nace La dama boba.