No había cumplido aún 30 años, y Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) ya era un autor reconocido cuando en 1629 estrena tres obras, Casa con dos puertas mala es de guardar, El príncipe constante y La dama duende, que señalan una madurez creativa que alcanzará su culminación apenas un año más tarde con La vida es sueño. La fecundidad del momento se aprecia no solo en la cantidad y calidad de sus creaciones, sino en la novedad de las mismas. Es el caso precisamente de La dama duende, en la que Calderón se aventura por un género iniciado por otros pero aún poco transitado por él: la comedia de capa y espada.
La denominación no debe confundirnos: este texto es mucho más que un enredo revestido de lances caballerescos, peleas y duelos. Es la historia de un engaño de consecuencias amorosas, sí, pero, de la misma manera que su casi coetánea La vida es sueño es una reflexión en torno al libre albedrío, La dama duende es una indagación a propósito del azar. Doña Ángela es una viuda socorrida por su hermano mayor, don Juan, que, gracias a un ardid, consigue entrar a escondidas en el cuarto de invitados destinado a don Manuel, amigo de su hermano. ¿Quién puede penetrar en un cuarto encerrado si no es un duende?, se preguntan quienes solo encuentran explicaciones míticas a lo enigmático. ¿Qué mejor ocasión que lo desconocido y acaso peligroso para demostrar valor?, contrapondrá quien tiene madera de héroe. Calderón permite que sus personajes crean que uno construye su propia suerte, pero poco a poco el azar va manifestando su fortaleza y los acontecimientos se vuelven contra sus protagonistas, revelando la naturaleza del engaño.
Como siempre en sus mejores textos, Calderón engarza en La dama duende multitud de argumentos aún vigentes: de la decisión de doña Ángela de escaparse a las obligaciones de su viudedad para frecuentar la compañía de los hombres, lo que justifica y acentúa el clima erótico de ciertas escenas, al ánimo corrupto del criado Cosme que lo lleva a cometer pequeños latrocinios aparentemente disculpables. Este mundo de moral dudosa y libertaria se enfrenta a la cómica rigidez del tercer hermano, don Luis, vigía del decoro y la corrección, y eternamente frustrado en sus deseos vitales y amorosos.
Esta adaptación de La dama duende es respetuosa con las ideas de mixtificación, arrojo y comicidad que emanan de un texto igualmente respetado, aunque reducido. Se ha preparado teniendo presentes no solo la versión del estreno de 1629 publicada en Madrid en 1636, sino otra publicada ese mismo año en Zaragoza y Valencia, mucho menos conocida, cuya tercera y última jornada muestra notables variaciones.
Pedro Víllora