Programación 2014
El Amor enamorado (1630) es una comedia de Lope de Vega de asunto mitológico que se puede situar entre aquellos dramas que gustaban de representarse en la corte, para la alta aristocracia, y que utilizan como material argumental las Metamorfosis de Ovidio, aunque siempre con una gran libertad. Eran comedias que llevaban más aparato escenográfico y efectos técnicos y con finalesdeus ex machina.
Alfredo es un adolescente que acude con el público al laboratorio del verso para que Juliana le enseñe cómo se compone un soneto. Utilizando sonetos de obras teatrales del siglo XVII y artilugios como la fabulosa máquina generadora de versos, no sólo transportarán al público a esa época sino que convertirán a los espectadores en sílabas, acentos, estrofas... con pócimas conseguirán que todo el mundo hable en verso y se aparecerán en forma de títeres, Lope de Vega y Sor Juana Inés de la Cruz.
El señor Jourdain, hombre cándido e ingenuo, cuyo padre se enriqueció con su oficio de trapero, quiere adquirir los modales de los aristócratas que frecuentan la corte. Encarga un traje más apropiado para su nueva condición de gentilhombre y se dedica a aprender todo aquello que le parece indispensable: el manejo de las armas, el baile, la música y la filosofía. Todos sus maestros hablan desdeñosamente de este nuevo rico, quien a pesar de su mal gusto, es una auténtica mina de oro.
La vejez nos va llegando a todos por igual. Pero seguramente habrá muchos que no puedan olvidar los días locos de algún amor de vértigo.
La boba para los otros y discreta para sí es una comedia desternillante de Lope de Vega, en la que nuestra protagonista encuentra el amor, al mismo tiempo que urde una trama disparatada para hacer realidad su sueño de convertirse en duquesa. Este montaje, que hemos ubicado en la Italia de los años 50, está trufado de momentos musicales espectaculares que aportan frescura y dinamismo a una comedia, ya de por sí, magnífica.
En el Coloquio de los perros encontramos un sujeto donde los protagonistas son dos perros que dialogan entre sí. El testimonio de este inusual diálogo llega a nuestras manos gracias a un enfermo que, recluido en el hospital, escucha la conversación entre los canes. El Coloquio se convierte en un descarnado y valioso retrato ético, religioso, social y artístico del Barroco español. Nuestra adaptación incluye un fragmento de El casamiento engañoso, novela articulada orgánicamente al Coloquio.
La Estrella de Sevilla es una de las tragedias referenciales de nuestro teatro del Siglo de Oro. Estamos ante una pieza contundente que narra unos supuestos sucesos históricos acaecidos en Sevilla. Nos situamos en el siglo XIII. El Rey Sancho el Bravo llega por primera vez a esta ciudad y queda prendado por la belleza de Estrella Tavera. La desea, y todo su fin es conseguirla cuanto antes, pasando por encima de quien se tercie. Es interesante observar que, aunque la acción se sitúa en el siglo XIII, tiene un claro reflejo en la época en la que se escribió, en torno a 1630.
En el tiempo de frontera en España, el moro Abindarráez cruza Andalucía. En su viaje es apresado y reducido por el cristiano Narváez, alcalde de Antequera, y sus hombres. Cuando lo reducen, Abindarráez pide clemencia: su viaje es por amor. Entonces narra la historia de los Abencerrajes en Granada -expulsados del reino injustamente por injurias, y muertos algunos en La Matanza de los Abencerrajes-, y su particular historia de amor con la hija del Alcalde de Coín desde la infancia.
Volver a Shakespeare nos ha resultado natural. Tras una experiencia extraordinaria con Noche de reyes la llegada a una obra como Otelo, nuestra tercera puesta en escena sobre un texto del bardo inglés, supone un paso más en la consolidación de Noviembre como equipo de trabajo y dice mucho de nuestra pasión por una dramaturgia que, a pesar de los siglos, contiene una belleza extraordinariamente contemporánea y sorprendente como pocas.
Sabemos que los entremeses eran absolutamente imprescindibles en los espectáculos teatrales de su tiempo, perfectamente intercalados en las obras largas con más de un propósito; entre otros, descongestionar el ambiente, si procedía, y proporcionar un rato de diversión extra entre acto y acto, que, por si fuera poco, evitaba el muy temido horror al vacío escénico. Pero eran mucho más. Permitían a los autores hablar de ciertas cosas con menos tapujos. La licencia para ello venía de su estirpe popular y carnavalesca, que hundía sus raíces en un pasado remoto.