La vejez nos va llegando a todos por igual. Pero seguramente habrá muchos que no puedan olvidar los días locos de algún amor de vértigo.
“¿Acaso tú vives en algún otro lugar que no sea mi corazón?”. Es un verso de Goethe cuando a los 74 años pidió en matrimonio a una mujer de 19. Habrá gente que piense: “¡A sus años…!”, o “¡Con esa diferencia de edad, vaya temeridad!”. Pero ¿no es digno de gran alabanza el hombre que una vez en su vida muestra semejante intrepidez? Por supuesto, parece que desgraciadamente ese amor no fructificó, pero…
El amor, por su naturaleza, asalta de repente a un hombre; es tan fuerte que puede hasta quitarle la vida, y puede trastocar hasta límites insospechados la tranquilidad de su vida. El tema de la representación de hoy es precisamente el amoroso paisaje interior de un anciano.
Originalmente la obra es la dramatización de un suceso criminal acaecido el 1 de noviembre de 1521: un caballero que regresaba a Olmedo después de una fiesta de toros en Medina fue asesinado por su rival amoroso, que le aguardaba emboscado en el camino.
El hombre es un ser bello, maravilloso, pero también estúpido. En cualquier camino que recorramos pueden prender, sin que nadie se lo espere, las llamas del amor. Cuando el amor brota, algo empieza a suceder en su vida. El hombre sufre y se atormenta tratando de conseguir a la mujer amada. El rival amoroso siente envidia. En el amor están latentes abundantes sufrimientos, odio, celos. Y al final de este conflicto aguarda como resultado inexorable la muerte.
Transcurridos 500 años, nosotros hemos intentado entonar este bello clásico como un acompañamiento de los muertos. El Coro, que interpreta a los muertos, arroja sobre este retorcido conflicto psicológico y la encrucijada del hombre y la mujer, una mirada serena y perspicaz y, a la vez, una sonrisa bufona. Acomodan con destreza sus palabras al inflamado amor, pero en el fondo de su corazón no pueden contener la risa.
Esos muertos son los que administran todo lo que ocurre en el amor.
Kei Jinguji