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Germán Vega García Luengos
Catedrático de Literatura Española de la Universidad de Valladolid

Se calcula que son alrededor de diez mil las obras conservadas de este esplendoroso capítulo de la literatura española; que constituyen el repertorio más extenso que puede ofrecer ningún otro teatro. Son los restos de una pasión que duró desde finales del siglo XVI hasta bien entrado el XVIII, desatada por el encuentro fecundo de diferentes factores artísticos y sociológicos en la España Moderna.

Su apogeo hay que situarlo dentro de la teatralización general de la vida española de la época. En pocos contextos como aquel encuentra acomodo la ecuación clásica que identifica la vida con el teatro, cuya plasmación más notable es, sin duda, la de Calderón en El gran teatro del mundo. Los grandes y pequeños acontecimientos de la colectividad eran vividos teatralmente. Plazas, calles, jardines, patios, templos, conventos, acogieron un amplísimo despliegue de manifestaciones teatrales o parateatrales.

La comedia nueva, que es el núcleo de la revolución teatral barroca, consolidó su fórmula dramática y comercial en los años finales del siglo XVI. Fue Lope el principal promotor, quien impuso su modelo gracias a la perspicacia con que supo aprovechar las lecciones de sus antecesores y contemporáneos, con el objetivo puesto en atraer a amplios sectores de público, que pagarían por llenar de teatro sus ratos de ocio.

Se ha insistido en la función de instrumento de propaganda política y religiosa que tuvo el teatro barroco. Sin embargo, es incuestionable que la primera razón de su existencia y el meollo de su éxito fue su capacidad de divertir. Se creó un verdadero *espectáculo de masas+ que consiguió atraer a los corrales, coliseos y plazas a un público de muy diversa procedencia y extracción social.

La *cólera del español sentado+ -en palabras de Lope-, su avidez por ver cosas, no afectaba sólo a lo que se le echaba en una tarde, que debía ser mucho y variado. También exigía cantidad y variación en la temporada. Esta demanda consiguió ampliar los temas y asuntos hasta límites insólitos. Si el mundo es un teatro -El gran teatro del mundo-, el mundo entero cabía en el teatro. La totalidad de su cronología y de su geografía; la totalidad de sus esferas; lo divino y lo humano. El teatro se apropió de todo tipo de materiales cultos y populares -Biblia, crónicas, novelas, romances, canciones, noticias...-, incluido el propio teatro: esto es lo que hizo de él una summa de la literatura, de la cultura y de la vida de la época.

Su enorme potencial creativo implicó a centenares de escritores, de los que emergen unos cuantos nombres -Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina- que deben figurar con méritos sobrados en los lugares de honor de la dramaturgia universal. Y otro tanto debe decirse de su repertorio: de sus miles de obras conservadas, un puñado forman parte del canon de no importa qué país: Fuenteovejuna, El caballero de Olmedo, El burlador de Sevilla, La vida es sueño, El alcalde de Zalamea...
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