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La decoración Mudéjar
Los recursos ornamentales de los mudéjares merecen un capítulo aparte.
En primer lugar, conviene destacar un hecho relevante: por muy rico que sea el
aspecto de una torre, por muy suntuoso que deba ser un palacio o por mucho que
un edificio, sea cual sea, pretenda destacarse como algo singular, el efecto de
riqueza decorativa se logra siempre con materiales muy pobres. Ladrillos,
aliceres vidriados, yeso y madera constituyen la materia prima de esos conjuntos
abigarrados y a veces lujosos, que en ningún caso requirieron mármoles o metales
preciosos.
En las superficies exteriores -fachadas o torres- la mera
disposición de los ladrillos en arquillos, rombos o espigas daría lugar a un
juego de luces y sombras muy característico. La raigambre almohade de este tipo
de decoración es indudable: el minarete sevillano que, más adelante conoceríamos
como La Giralda, fue el que en la España musulmana se llamaba sebka consistía en
la repetición hasta el infinito de una red de arquillos lobuladas y
entrecruzados.
La adición, en algunos casos, de piezas de cerámica vidriada daría resultados
tan espléndidos como los que el viajero puede admirar en los campanarios
aragoneses y en algunos monumentos andaluces. Con el tiempo, seguramente para
imitar los motivos decorativos del gótico, se utilizaría el recurso de
"aplantillar" los ladrillos, dándoles forma curva en uno de sus lados para
utilizarlos en molduras semejantes a las que se labraban en piedra.
El
recuerdo nazarí, representado por la Alambra de Granada, estaba también presente
en las técnicas de los mudéjares. Zócalos de cerámica vidriada cubiertos de
formas geométricas estrelladas, muros cubiertos de lacerías de estuco, frisos de
mocárabes -piezas cóncavas suspendidas a la manera de estalactitas-, hiladas de
caligrafía (en las que, por cierto, a veces aparecen versículos del Corán
incomprensibles para los cristianos) y celosías configuran los interiores más
cuidados de los edificios mudéjares.
La Mezquita de Córdoba, una pieza maestra del estilo califal serviría también de
modelo en muchos casos: las alternancia del rojo y el blanco -el ladrillo visto
y el estucado- en arcos de herraduras o lobulados y la aparición de bóvedas
estrelladas son un buena muestra del gusto Hispano-Árabe prolongado en el
mudéjar hasta mucho tiempo después de la desaparición de los reinos
musulmanes.
Sin embargo, quizá lo más definitorio del gusto mudéjar es
precisamente la combinación de estas herencias con las técnicas y los gustos que
aportaría el mundo occidental, así como su aplicación en cualquier tipo de
edificio. Los artesonados se utilizarían en palacios y conventos plenamente
renacentistas y barrocos, cuando ya las corrientes europeas del arte más culto
se había impuesto definitivamente.
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