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La época Mudéjar
No es posible desligar la aparición de esta corriente artística de los avances de la Reconquista y los movimientos de la repoblación.
El mudéjar aparece inmediatamente después de la toma de un territorio por los
reyes cristianos y se prolonga hasta bien entrado el siglo XVI.
Sus primeras
plasmaciones tienen lugar a mediados del XI en las tierras castellano-leonesas;
antes de que finalizara el siglo, el mudéjar toledano había iniciado su marcha,
aunque tanto uno como otro conocerían su momento de mayor actividad en torno a
los siglos XII, XIII y XIV. El desarrollo paralelo del arte mudéjar en estas dos
áreas no implicaría, sin embargo, una evolución acompasada: aquí, como en las
otras regiones habitadas por musulmanes sometidos, resulta aventurado adjudicar
una fecha aun determinado edificio basándose sólo en los datos estilísticos.
Cuando un alarife decidía basarse en un modelo anterior, procedente de la época
musulmana, nada le impedía escogerlo entre las obras más recientes o las más
antiguas y acomodarlo, sin más, al edificio que se le había encargado. Así, un
motivo almohade -originario del siglo XII- o uno califal (del IX) podrían
aparecer, solos o combinados, en pleno siglo XIV, sin que ello resultara
chocante para nadie. El resultado de esta manera de proceder será, entre otros,
el hecho de que dos edificios semejantes no tienen por qué datar de la misma
época. Simplemente se ajustan a los mismos modelos.
Ni siquiera la
aparición de las formas ojivales, a caballo entre los siglos XIII y XIV, sería
un indicio determinante a la hora de establecer la edad de un templo o de un
campanario: aunque, en general, el gótico sería rápidamente asimilado -al menos
en sus formas más simples-, lo cierto es que existen algunos edificios fechados
con posterioridad y perfectamente fieles a los tipos románicos.
Aragón comienza su época mudéjar en el siglo XII y Andalucía occidental ya a
mediados del siglo XIII. En ambas regiones de produce un desarrollo autónomo,
aunque en la segunda sea posible detectar la intervención ocasional de maestros
toledanos. No parece, sin embargo, que el hecho de haber aparecido con
anterioridad en un lugar o en otro suponga una mayor evolución o el
descubrimiento de técnicas más depuradas: al fin y al cabo, el arte de los
mudéjares se basaba siempre en las lecciones aprendidas en el momento de la
construcción de los grandes conjuntos musulmanes, y su mayor o menor acierto
dependía, casi exclusivamente, de los recursos de aquellos constructores
anónimos.
La vida del mudéjar se prolonga hasta el siglo XVI, sin llegar a construirse en
un estilo "noble". Con la excepción de los palacios edificados en le época
dorada de la convivencia entre musulmanes y cristianos -los reinados de Fernando
III el Santo y de su hijo, Alfonso X el Sabio-, las arquitecturas
"representativas" se recomendarían a artistas occidentales: sólo en época de los
Reyes Católicos (cuando ya la intransigencia religiosa iba preparando la
expulsión definitiva) llegaría a esbozarse un estilo oficial lleno de
referencias al gusto musulmán. El llamado "estilo Isabel", o gótico isabelino,
sería para algunos autores la gran ocasión perdida de elaborar un arte autóctono
de gran refinamiento. Su corta vida lo convierte, sin embargo, en un mero
epígono de lo medieval, destinado al fracaso ante las pujantes corrientes
clasicistas que definirían al Renacimiento.
Aunque lo que se entiende por estilo mudéjar se reduce, exactamente al arte que
se desarrolló al hilo de la Reconquista -entre los siglos XI y XIV- la
pervivencia de algunos elementos desarrollados en aquella época hasta bien
entrado el XVIII nos permite extraer la conclusión de su profundo arraigo entre
las tradiciones constructivas españolas. La utilización del ladrillo en
edificios renacentistas y barrocos; las techumbres de madera en palacios y
conventos (sólo las parroquias más modestas seguirían utilizándolas); los
grandes aleros que protegen las fachadas; las tejas vidriadas que cubren a
menudo las bóvedas barrocas.
Todos ellos incluidos en obras de estilo muy
diferentes a los que les dieron origen constituyen un recuerdo póstumo del arte
de los mudéjares.
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