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Germán Vega García-Luengos

La posición que Olmedo ocupa en el mundo se debe en buena medida a la literatura, la forma más eficaz jamás inventada para viajar de verdad, que no consiste solo en moverse de un lado para otro. La villa castellana ha quedado para siempre como uno de los espacios literarios universales y, por tanto, de todos: tampoco la literatura es mal factor para una globalización auténtica, que comporte el enriquecimiento común. Y ha sido gracias a su Caballero don Alonso, el protagonista de una de las historias de amor y muerte mejor contadas, capaz de que sus espectadores o lectores, no importa de qué tiempo o lugar, puedan de alguna manera reconocerse en sus protagonistas y conmoverse con su suerte. Y todo esto sin que deje de resonar en ella el eco de un suceso ocurrido en algún momento de la historia real y mínima del camino de Medina a Olmedo. Esta capacidad es la que hace que una obra pueda incorporarse al canon permanente de la literatura. De ello da cuenta la abundancia de ediciones y estudios que le han dedicado, así como las veces que ha subido a los escenarios.

Esta obra sin par es una de los tres centenares largos que componen el repertorio teatral conservado de Lope de Vega (1562-1635) -que, a su vez, son restos de las más de mil ochocientas fábulas dramáticas que dijo haber creado quien como pocos escritores en la historia han tenido tal capacidad de convertir la vida en literatura y la literatura en vida-. Cervantes le llamó «monstruo de naturaleza». Lo es por las cifras de sus obras, desde luego, pero más aún por la calidad extraordinaria de algunas como El caballero de Olmedo.

La tragicomedia -como quiso denominarla el propio escritor- es un prodigio de transformación de materiales previos. Su fuente literaria inmediata sería un baile dramático nacido y consumido en la corte vallisoletana de Felipe III a principios del siglo XVII, que habría recogido un viejo romance surgido de un suceso real ocurrido en la región ochenta años antes: el asesinato de Juan Vivero en el camino de Medina a Olmedo en 1521. Con esta transfiguración, Lope pondría de manifiesto una vez más una de sus mejores bazas: su sensibilidad ante la literatura tradicional, su capacidad de asumirla y reactivarla; que son también factores fundamentales de la originalidad de la literatura española en su Siglo de Oro.

Y es que, efectivamente, El caballero de Olmedo es un producto pletórico de algunos de los mejores ingredientes de la fórmula dramática española -en cuya consolidación tanto tuvo que ver su creador-, y que, por tanto, pocas obras como ella pueden mostrárnoslos. Por ejemplo, que es posible una tragedia española, que no tiene por qué coincidir exactamente con lo que los teóricos postulan a partir del modelo grecolatino. Una tragedia que puede combinar personajes altos y bajos, humor y horror. Una tragedia que no se ve anulada por la creencia católica en la providencia divina y en una vida más allá de la vida, donde se premia o castiga.

Es otro de sus puntos fuertes la gestión de los pasos por los que se llega a un final sabido por el público, un final cantado: «que de noche lo mataron al caballero...». También sobresale el cuidado con que se tejen las relaciones de amor y celos entre don Alonso, doña Inés y don Rodrigo, patentes ante el espectador en parlamentos de una emoción intensa. Contiene la comedia algunos de los más emotivos versos de amor del teatro español. Recuérdese su obertura: «Amor, no te llame amor / el que no te corresponde». Con El caballero de Olmedo podremos entender qué quiere decir la etiqueta de «teatro poético» que se aplica a la fórmula española. Cooperan también en su logro la ambigüedad y el misterio que desprenden algunos sucesos y personajes, como el de Fabia. Pero, sobre todo, la tragicomedia asienta su fuerza en factores humanos con los que es fácil identificarse tanto ayer como hoy: la rivalidad entre pretendientes de una misma chica, potenciada por la ancestral confrontación entre lugareños de localidades vecinas. La vuelta de tuerca que para la tensión dramática nuclear supone que el envidiado don Alonso salve la vida de su envidioso rival don Rodrigo en una fiesta de toros muestra a las claras hasta qué punto Lope conoce el corazón humano y puede convertir este conocimiento en catalizador dramático.
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