El componente autoparódico y humorístico de Lope de Vega recupera sus motivos de juventud en esta obra, pues La Gatomaquia es un festín de alegría, donde el uso y ejercicio del ridículo nunca es cruel. Lejos de observar su tiempo con amargura y desdén, el universo de los gatos permite al autor alejarse suficientemente de aflicciones y males para entretejer un juego dinámico y jovial.
El centro del conflicto es el amor, la galantería, el coqueteo... La animalización nos adentra en el terreno de la fábula.
Lope juega con los seres humanos transformándolos en gatos. Toda la escena es un frenesí de entradas y salidas, de cortejos y riñas, de frivolidad y malicia. Todo es posible en una noche mágica en la que solo duermen el pudor y la contemplación y, así, lo que en principio es magia y sueño termina siendo brujería y pesadilla.