El texto tiene todos los ingredientes para ser una aventura épica: una princesa casadera y voluble, un rey sin sucesor y caprichoso, un galán gallardo y honorable, un escudero fiel y astuto… Pero, lejos de ser un cuento heroico, estos personajes se muestran, grotescos, como una burla del orden establecido, de lo esperable, y nos conducen, entre risas, a cuestionarnos el sentido de nuestras convicciones… en el siglo XVII y en el XXI.
El Rey Perico y la dama tuerta es la historia de esos personajes olvidados en la cámara de nuestra imaginación y memoria, donde viven como humanos que han sido "depositados", recluidos y alejados de lo "normal" o "convencional", que no pertenecen a nuestra vida diaria pero que sin embargo están y viven a nuestro lado. Es una propuesta donde lo grotesco como oposición es capaz de reunir, en un mismo sitio, animales imposibles, elementos difíciles de encontrar en la propia naturaleza, y que aquí se reúnen bajo la batuta del feísmo y el lirismo visual, acompañados por un mundo de humor negro. Este planteamiento se desarrolla en una historia propia del teatro áureo. Un heredero para un reino, una forzada dama, un casorio, el amor y el desamor, los celos, la guerra y el cautiverio… En fin, la capacidad de orquestar una acción donde los personajes se pelean, hablan como en la plaza pública, dicen frases hechas, se insultan y proponen alusiones sexuales y escatológicas, sin entender que sufren un proceso continuo de degradación que los convierte en meras figuras ridículas. De este modo, si la belleza era uno de los atributos principales de la trama de la comedia del Siglo de Oro, en nuestra comedia nos encontramos con que ésta, la belleza, habla sobre una tuerta o una coja; un mundo disparatado y desmesurado que entra en conflicto con lo racional y la compostura, pero con una particularidad: el público terminará por amar a esos personajes olvidados en la cámara de nuestra imaginación, que desde ahora pertenecerán a su vida diaria.
Juan Dolores Caballero