Sabemos que los entremeses eran absolutamente imprescindibles en los espectáculos teatrales de su tiempo, perfectamente intercalados en las obras largas con más de un propósito; entre otros, descongestionar el ambiente, si procedía, y proporcionar un rato de diversión extra entre acto y acto, que, por si fuera poco, evitaba el muy temido horror al vacío escénico. Pero eran mucho más. Permitían a los autores hablar de ciertas cosas con menos tapujos. La licencia para ello venía de su estirpe popular y carnavalesca, que hundía sus raíces en un pasado remoto. Ya en escena, las compañías completaban la obra con nuevos sentidos, casi siempre poco ortodoxos, que solían manifestar mediante una explícita gestualidad. Nada escandalizaba más a los moralistas y enemigos del teatro que estas piezas. En esta ocasión hemos contado con un puñado de entremeses que cuentan historias de mujeres insatisfechas, casadas con hombres que, o bien son necios o bien demasiado viejos. El punto de vista es el de ellas. Así, nos recuerdan una vez más la triste condición de las mujeres en este y en otros tiempos, sometidas al arbitrio de una sociedad machista. Por otra parte, no podemos por menos que reírnos con las desventuras de los maridos y las estrategias de los amantes para encontrarse con las codiciadas esposas. Los amantes ejercen a veces el oficio de sacristanes, que, no siendo propiamente curas, les hace parecer tales a nuestros ojos. Su abolengo entronca con los medievales goliardos y los curas lujuriosos que Boccaccio plasmó en El Decamerón y que también encontramos en autores como el Arcipreste de Hita o Quevedo. Hemos de ponderar también el carácter rebelde de las mujeres, el cual, quizá por participar del desenfado y de la parodia, podía concluir sin reprimenda ni castigo, es decir, que ellas «se salían con la suya», al contrario de lo que probablemente sucedía en la realidad. Son precisamente estas piezas el auténtico reverso de las obras «de honor». Incluso cabe pensar que el público femenino era su principal destinatario. Por otra parte, no podemos referirnos a estas mujeres como «ejemplares». Ni ellas ni ellos lo son. No procede considerar los aspectos éticos de estos personajes. Nuestra posición ha de ser la de compartir las distintas situaciones y la cómica manera que tienen de resolverlas. Los disparates que acontecen se resuelven drásticamente con la espontánea invitación al baile y, en general, con la irrupción de la música, que aquí tiene el poder de acabar con los conflictos y reclamar el aplauso.
Clásicos Cómicos (Entremeses de burlas) es lo que los propios clásicos llamaban una folla, o sea, un conjunto de piezas breves de carácter satírico, con canciones y bailes, que en esta ocasión gira en torno a divertidas situaciones de esposas desquiciadas, amantes intrépidos y maridos burlados.