En la segunda parte de la genial novela de Cervantes, Don Quijote y Sancho Panza llegan al río Ebro, donde se encuentran con unos duques que, sabedores de su bondad e inocencia, idean un nuevo lance para su diversión y la de su corte. Convencen al hidalgo y a su escudero de que necesitan su ayuda para deshacer un encantamiento del que son víctimas sus damas, por el que han quedado convertidas en mujeres barbudas. Para ello será necesario que el caballero libre batalla contra el malvado Malambruno, debiendo volar a sus dominios a lomos de Clavileño, un mágico caballo de madera, junto a su criado. Mientras que Don Quijote no duda un momento en proteger a las dueñas, Sancho solo accede cuando el duque le amenaza con retirarle el gobierno de su ínsula.
El espectáculo El vuelo de Clavileño surge con la idea de subrayar la evidente necesidad de resucitar el espíritu caballeresco en una sociedad esencialmente aletargada y con valores decadentes; en él podemos asistir a una lectura sorprendente del episodio cervantino, basada en un profundo estudio de los trovadores de los castillos cátaros. El montaje proporciona una nueva versión sobre las inmensas capacidades del ser humano a través de una lectura conjunta de la realidad, la subjetividad y el encantamiento, a la que nos alienta el mismo Cervantes desde el prólogo de su novela: «Procurad también que, leyendo vuestra historia, el melancólico se mueva a risa, el risueño la acreciente, el simple no se enfade, el discreto se admire de la invención, el grave no la desprecie ni el prudente deje de alabarla».